En el panteón de los próceres, Manuel Dorrego aún no encontró su lugar. Repudiado por la historia liberal y dejado de lado por el revisionismo, la figura del caudillo federal sencillamente no encaja en los parámetros de la historiografía argentina porque encarna el cruce de dos paralelas: liberal, pero nacionalista; federal, pero porteño; ilustrado, pero popular; nacionalista, pero democrático y republicano; localista, pero profundamente americanista, bolivariano y sanmartiniano.Olvidó que fue el primero en cruzar los Andes con un ejército libertador. Que sin su intervención, Belgrano no hubiera ganado las batallas de Salta y Tucumán y tampoco hubiera perdido Vilcapugio y Ayohuma. Que fue el verdadero creador de la guerra de guerrillas en Salta. Que fue desterrado por Pueyrredón por resistirse a que el Imperio portugués invadiera la Banda Oriental. Que estudió el sistema federal norteamericano y a su regreso se convirtió en el primer líder nacional y popular de la Argentina. Que fue el acérrimo enemigo de Bernardino Rivadavia y que finalmente fue fusilado en Navarro por Lavalle y se convirtió en la primera víctima mortal de un golpe de estado unitario.El periodista Hernán Brienza rescata con pasión y rigurosidad la tradición perdida del último revolucionario de Mayo, que aun olvidada, signó para siempre la historia de la Argentina.
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