BIBLIOTECA POPULAR "José Ingenieros"

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Alejandra MORCILLO y Mirta SUAREZ
A los amigos y socios de la Biblioteca, a través del presente blog le bridamos información de libros que tenemos en existencia y que se recomiendan por medio del criterio profesional de nuestras bibliotecarias. Les solicitamos que nos hagan llegar sugerencias y correcciones para poder ir mejorando no solo el aspecto sino también el contenido, para poder brindar una información lo más accesible posible para todos.

La Comisión Directiva

martes, 20 de mayo de 2008

FRAGMENTO DEL LIBRO UN DIA MAS DE VIDA

La puerta en la nariz

No terminé de preguntarle a David si estaba seguro de aceptar el desafío de hacer este libro, cuando alcanzó a deslizar una mueca reveladora de su afirmación al tiempo que aprovechaba para atajarse: ‐ Vos sabés que yo realmente quiero contarte todo lo que pasó. El problema es que no recuerdo la mayor parte de las cosas que me pasaron en Auschwitz. Son más de cincuenta años y hay un gran vacío de tiempo en el medio. Tené en cuenta que hasta hace diez años, yo casi no había hablado de este tema con nadie. Mi hermano Moshe murió en el ´92 y jamás mencionamos una palabra de lo que nos pasó en el campo. Era como un secreto que no compartimos ni siquiera entre nosotros. No sé si es mi memoria, pero la mayor parte de las cosas que me sucedieron quedaron atrapadas en el campo. Aunque algunas veces pasa algo que, de golpe, despierta un recuerdo que estaba dormido. Y es como desenterrar algo que estuvo escondido durante mucho tiempo. Como aquella noche cuando me golpee con la puerta del baño en la nariz; te acordás…
Hice un gesto de negación con la cabeza mientras lo interrumpía: ‐ No David; recuerdo muchas anécdotas que me fuiste contando a lo largo de los años, pero ninguna que se relacionara con una puerta en la nariz.
Respiró sereno e hizo un ademán introductorio mientras me decía: ‐Te cuento entonces.
David se despertó de madrugada con ganas de ir al baño. Eran como las cuatro según el reloj de la mesa de luz y Raquel estaba durmiendo tranquila, así que intentó desplazarse en la oscuridad sin hacer ruido. Entró sigilosamente al baño y una vez allí giró su cuerpo repentinamente sin darse cuenta que la puerta estaba a medio abrir. Sintió un fuerte golpe en la punta de la nariz, como un latigazo involuntario. De repente y sin esperarla, una historia que durmió durante cincuenta años en su memoria, despertó de improviso.
David se vio formando una hilera frente a la barraca que le fue asignada en el campo de exterminio. Frente a él, un oficial alemán gritaba furioso, aguijoneando el aire helado de Auschwitz con sus insultos. Parecía estar descontrolado y los motivos podían ser cientos: alguien que se fugó frente a sus narices, un temor que no lo dejaba dormir o simplemente su cuota diaria de morbosidad que no había sido satisfecha hasta el momento. Lo cierto es que el amenazante nazi, profería unos alaridos aterradores, tan indescifrables como elocuentes. Para acompañar esos gritos, enarbolaba al viento su revolver, haciéndolo girar entre sus dedos e intensificando entre los espectadores de turno, el temor angustiante por la proximidad de unas balas agazapadas en la recámara. Esa noche, un frío atroz perforaba el intangible traje gris con el que David intentaba protegerse del invierno y parecía insensibilizar a todos los que allí esperaban angustiados el resultado de esa farsa. Auschwitz estaba tan helado como para comprobar en carne propia que no es de azufre sino de hielo de lo que está hecho el infierno. “‐ Cuando el suplicio se extiende tanto tiempo, llega un momento en que ya no te importa quién es el destinatario de la bala que amenaza asomar desde el revolver; lo único que te interesa es dejar de oír esa cadena de gritos e intimidaciones escupidas al aire, que alargan con perversa insanía el martirio innecesario de quien finalmente tiene que caer”. Por fin, el verdugo de turno se decidió a dar por terminada su opereta y empezó a jugar con el dedo sobre el gatillo, dibujando un horizontal columpio y apuntando con la punta del revolver hacia ambos extremos de la hilera. Pasó reiteradas veces por la cara de los sentenciados a fin de hacerles sentir que podía matarlos dos o tres veces a cada uno si aquel fuera su verdadero deseo. Aunque eso le robaría la diversión de mañana, y la de pasado, y la de pasado…. La mirada nunca sabe donde ocultarse en un momento así. Mirarlo de frente puede ser tan letal como esquivarlo. Agachar la cabeza y rezar una y mil veces parece ser la única escapatoria para acelerar el fin de ese martirio. De repente un alarido de fuego escapa del cañón y por un instante, David sintió un latigazo seco y demoledor en la punta de la nariz. “‐ Como cuando me choqué con la puerta del baño”.
Alzó instintivamente su mano derecha. Tocó la punta de su nariz. Todavía estaba allí, junto a un río de sangre que fluía incesante. Sus dedos se tiñeron de rojo mientras su mirada, incrédula, se colgaba de ellos. Intentó detener el flujo de sangre haciendo presión con dos dedos sobre la nariz mientras intentaba ayudarse limpiándose con el puño de la camisa. No sentía nada, más que el dulce sabor de la sangre filtrándose por entre las comisuras de sus labios. Apretó bien fuerte con el pulgar y el índice, tratando de detener la hemorragia. No parecía ser tan grave. Miró a su alrededor y descubrió un manojo de nieve cuya blancura contrastaba con el furioso rojo de su mano. Aplicando un puñado de nieve sobre la nariz – pensó ‐ la hemorragia cedería. Por un instante, la gente había comenzado a dispersarse a su alrededor esquivando su cuerpo como un bulto inoportuno. Se agachó con algún esfuerzo, tratando de llenar su puño de hielo. En un fugaz recorrido, su mirada alcanzó a divisar la figura del hombre que segundos antes había estado parado a su lado. Recortado sobre la nieve blanca, un pálido y ensangrentado rostro parecía haber encontrado la definitiva bala que segundos antes apenas alcanzó a rozar su nariz. Se puso de pié y retornó a la barraca.
Nunca había recordado esa anécdota, hasta que una puerta mal cerrada del baño se la devolvió de improviso, como un vendaval inclemente que tarda más de cincuenta años en llegar.
Martin Hazan
Abril del 2007

DISCURSO DE DAVID GALANTE EN EL 63 ANIVERSARIO DE LA LIBERACION DE AUSCHWITS POR PARTE DE LAS TROPAS RUSAS


En la foto superior, David Galante, el Ministro de Justicia, Anibal Fernandez, el Ministro de Educación, Juan Carlos Tedesco, el Secretario de Derechos Humanos, Eduardo Luis Duhalde y el Viceministro de Relaciones Exteriores, García Moritain.

Abajo, el Embajador de Israel Rafael Eldad, Tiago Hazan (hijo de Martin) y David.




A continuación, el discurso de David Galante en el acto central del 63 Aniversario de la liberación de Auschwitz, en el salón principal del Banco de la Nación Argentina.


63 eneros


Hace 63 eneros, las tropas del ejército rojo ingresaban en Auschwitz y eran los primeros
testigos directos (amen de víctimas y victimarios) de la expresión humana más macabra de
la historia de la humanidad. Desde que el ser humano hace su aparición en la tierra, no se
conoce evento más trágico y nefasto que la Shoah. Al presenciar este triste espectáculo,
los ojos de los soldados rusos no podían creer lo que veían.
No eran unos jóvenes inexpertos los que ingresaron en Auschwitz, sino experimentados
soldados que desde hacía más de cuatro años se enfrentaban a las tropas nazis en
encarnizadas batallas en los lugares más inhóspitos de Europa. Pero el sufrimiento y el
dolor que habían padecido no era nada en comparación con lo que en ese momento
enfrentaban.
Cadáveres humanos apilados en montones, preservados por el frío del helado invierno
polaco, parecían brotar de cada rincón del campo construyendo un inexplicable paisaje de
muerte y desolación. Llantos, vómitos y desesperación se apoderaron de ellos.
Y no era que presenciaran todo el horror de la barbarie nazi, sino apenas los cuerpos de
los que no habían alcanzado a ingresar en las cámaras de gas y crematorios. El espanto era
causado solo por lo que había sobrado de la masacre. Más de un millón de personas
pasaron por ese infierno, y ellos se desesperaban al ver apenas los restos de tanto horror.
Nosotros, los que lo vivimos desde dentro, estábamos anestesiados. Ya no podía
sorprendernos aquello con lo que convivimos tanto tiempo. Aquellos cuerpos consumidos
por el hambre y las pestes eran apenas una extensión de lo que nuestros propios cuerpos
habían experimentado. Apenas una extensión de lo que nuestros ojos habían visto.
A alguno le parecerá extraño, pero no todos los que se asoman al infierno de Auschwitz
padecen la misma reacción que el campo despertó en sus libertadores. 63 eneros
después, su recuerdo también parece causar indiferencia y peor aún, su negación.
No voy a dar nombres ni detalles. No importan las personas sino los hechos. Los que
niegan lo que yo viví, tienen la suerte de que no podrán jamás experimentar una sola de
las sensaciones que yo padecí adentro del campo.
Yo ya tengo 63 años de experiencia conviviendo con los negadores. Y nada de lo que digan
podrá hacerme callar.
Y no es que les tema. Solo me pregunto cómo es posible negar.
Cómo poder negar el grito desgarrador de padres e hijos separados definitivamente por la
muerte a la entrada del campo de exterminio, conminados a las cámaras de gas sin
ninguna contemplación.
Cómo poder negar la temerosa bala que atravesó mi cara rozando mi nariz para estrellarse
en la frente del hombre parado a mi lado.
Cómo poder negar el millón y medio de niños que no conocieron la adultez por el solo
hecho de haber nacido judíos.
Cómo poder negar el laboratorio del Dr. Menguele en el que ingresé por accidente, en
donde no se conocían otros conejillos de indias que los seres humanos.
Cómo poder negar las mentiras con las que nos iban llevando hacia el campo de
exterminio: “los llevamos a un campo de trabajo para alejarlos de conflicto”, “los llevamos
a unas duchas para mantenerlos limpios” decía la misma persona que accionaba los
controles de la cámara de gas.
Cómo poder negar los fusilamientos masivos de las einzatsgruppen, quienes obligaban a
los mismos judíos a cavar las fosas adonde sus cuerpos caerían fulminados.
Cómo negar los ancianos apaleados y fusilados en los andenes solo porque sus cuerpos no
tenían la fuerza suficiente para subirse a los vagones de la muerte.
Cómo negar la sistemática sustracción de identidades, familiares, ilusiones, culturas,
lenguas, juventudes, miserias y esperanzas por millones.
Cómo negar la destrucción de comunidades, aldeas, ciudades, con sus colegios, sus
sinagogas, sus negocios, sus fabricas, sus hospitales, sus parques y sus calles.
Cómo negar los cuerpos colgados junto a la barraca de aquellos que solo perseguían un
sueño de libertad. Aquellos con los que nos tropezábamos cada día con la intención de
disuadir cualquier intento de fuga o lo que es peor, alimentar la delación de compañeros y
amigos.
Cómo negar el hambre al que nos sometían cada día con la intención de destruirnos moral
y físicamente.
Cómo negar el olor a carne quemada que, corporizada en chimeneas de humo negro,
brotaba de los crematorios recordándonos con dolor a nuestros padres, hijos, primos,
hermanos y amigos que día a día perecían allí.
Cómo poder negar el destino trágico de mis padres, Rebecca y Abraham y de mis
hermanas Rosa, Juana y Matilde.
¿Cómo poder negar?
Y por si a alguien le queda alguna duda, les cuento que todavía, a mis 82 años, aún
resuena en mis oídos una voz, muchas voces. Las voces de aquellos moribundos que con
su último aliento, apenas alcanzaban a decirme: “No te entregues David, no te entregues.
Sobreviví, aunque más no sea para contarle al mundo el infierno que viste aquí. Que no
quede impune esta tragedia. Que nunca olvide el hombre por qué acabaron con nuestras
vidas”.
Cómo negar lo que mis ojos aún no olvidan, lo que mi piel todavía siente, el amargo sabor
que en mi boca aún persiste, el insoportable olor que en mi nariz perdura y esa
inconfundible voz de los moribundos que retumba en mis oídos y me hace recordar una
vez más por qué estoy hoy aquí.
Recuerden siempre. Porque olvidar es volver a matar a los mártires de la Shoah.
Muchas gracias.
David Galante

LOS PIBES CHORROS Estigma y marginación (Daniel Míguez)


No es fácil lidiar con la delincuencia juvenil. Las justificaciones sociales no alcanzan a tranquilizar a una opinión pública que es víctima de asaltos, crímenes y secuestros de manera frecuente. Sin negar estos presupuestos, el sociólogo Daniel Míguez pretende ir un poco más allá, mostrar la trama de marginación, pobreza y abandono que sirve de caldo de cultivo a los pibes chorros. Y ahondar, de paso, en el desbordado sistema carcelario y represivo que rige en Argentina. El autor comienza ofreciendo la dimensión precisa del problema -no siempre coincidente con la visión mediática- y pasa a abordar de lleno los valores, códigos de honor y estilos de vida de los jóvenes dados a la transgresión de la ley. No escapa a su análisis la historia del fenómeno (en especial el nivel de degradación social que se padeció con los gobiernos militares y el ajuste económico). Las soluciones propuestas no son ni pueden ser tajantes: se relacionan con la ejecución de políticas a largo y mediano plazo que inevitablemente deben pasar por los ámbitos educativos y sociales.Daniel Míguez licenciado en Sociología por la Universidad de Buenos Aires, Doctor en Antropología por la Universidad de Amsterdam. Profesor de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales y de la Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires. Es investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas.

EL ATLAS (Le Monde Dilomatique)


Autores varios

Una mirada diferente sobre las grandes cuestiones del mundo y lo que está en juego en cada zona geopolítica:

El planeta en peligro.
El mundo después del 11 de septiembre.
Mundialización, ganadores y perdedores.
Conflictos que persisten.
El irresistible ascenso de Asia.
300 mapas y gráficos originales. 100 nuevas colaboraciones especiales. Prólogo de Ignacio Ramonet.

MARIANO MORENO (Biografía)


Jurisconsulto; periodista; y escritor; estadista; su importante papel como organizador en el gobierno que siguió a la Revolución de Mayo le valió títulos tales como "el hombre de Mayo" o "el alma de la revolución".
Nació en Buenos Aires (fecha de nacimiento un tanto contradictoria), fue su padre, Manuel Moreno, funcionario español del gobierno del virreinato, y su madre, Ana María Valle, una joven de Buenos Aires. Recibió excelente enseñanza, primero en la Escuela del Rey y luego en el Colegio de San Carlos, donde muchos de sus profesores se impresionaron por su inteligencia poco común y procuraron que se le brindasen todas las posibles oportunidades de aplicarla.

En la Universidad de Chuquisaca y para hacerle estudiar allí bajo la conducción del canónigo Terrazas; en Chuquisaca (hoy Sucre, Bolivia) Mariano estuvo inmerso en las ideas de la Ilustración y fue imbuido del deseo de ver a la Argentina progresar a tono con los lineamientos indicados por Adam Smith y Rousseau; se graduó en la Universidad con una tesis rememorativa de la sublevación de Tupac Amaru unos años antes, condenando las prácticas legales españolas de exigir servicios personales a los indios.
Moreno volvió a Buenos Aires alrededor de 1805 y pronto se comprometió en escritos y asuntos de interés público al principio se mostró inclinado a unirse al grupo liberal español actuando como relator legal para la Audiencia y finalmente alineándose con el grupo conducido por Martín de Álzaga
En 1809 el virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros le solicitó que redactara un memorial para los hacendados y trabajadores criollos para contrarrestar las demandas de los comerciantes españoles monopolistas en el sentido de aplicar restricciones al comercio.
Su Representación de los hacendados proponía inequívocamente la apertura del Río de la Plata para el libre comercio durante un período de dos años; era una clara declaración de lo que llegaría a ser la política económica de Argentina después de la independencia e implicó para Moreno el apoyo de los criollos con la caída del gobierno de España durante la invasión de Napoleón.
Moreno mostró gran actividad en el grupo patriótico, exigiendo que el virrey llamase a cabildo abierto, con el fin de tratar la crisis política. En su carácter de miembro del cabildo abierto apoyó vigorosamente la deposición del virrey y el establecimiento de una junta elegida por el cabildo abierto, en representación del pueblo.
En el gobierno de la nueva junta, formada luego de la Revolución de Mayo, con Cornelio Saavedra como presidente, Moreno fue nombrado secretario, con responsabilidad ejecutiva en asuntos políticos y militares; durante los siete meses en los que mantuvo este cargo, actuó rápida y firmemente para llevar a cabo sus claros objetivos: mantener todo el virreinato leal al gobierno patrio en Buenos Aires, establecer una economía sana y libre, y elaborar una constitución que pudiera establecer legalmente instituciones para preservar las libertades personales, políticas y económicas de una nueva sociedad.
Fundó y fue editor de la Gazeta de Buenos Ayres, estableció una oficina de censos y una escuela militar y planificó la formación de una biblioteca pública nacional; reabrió Maldonado, Ensenada y Patagones (Río Negro) como puertos, liberando el comercio y las explotaciones mineras de las antiguas restricciones; equipó y envió ejércitos a diversas partes del virreinato, especialmente al Alto Perú, para luchar contra los realistas. Persuadió a la Junta de que le permitiera obrar firmemente en la represión de la conspiración de Córdoba.
Cuando la influencia de Moreno había comenzado a decaer; los críticos aludían a su rudeza contra la oposición, su hábito de usar la intriga para cumplir sus propósitos; muchos creían que Moreno y sus jóvenes y progresistas seguidores criollos representaban solamente los intereses políticos y económicos de la capital en detrimento de las provincias. Saavedra y su grupo preferían un cambio más moderado, antes que el rápido paso revolucionario impreso por Moreno.
Los escritos de Moreno han sido publicarlos por su hermano Manuel Moreno, Arengas y escritos (Londres, 1836); editados por Norberto Piñero, Escritos de Mariano Moreno (Buenos Aires, 1896